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martes, diciembre 16, 2014

PREJUICIOS Y AUTORES


Fueron los formalistas rusos los que dijeron que hay tratar la obra en sí misma como un espacio cerrado y único, aislándola del creador y del contexto, es decir, fijándose sólo en lo que la obra es y dice y no en cómo, cuándo y por quién fue realizada. Estas teorías, aplicadas a la literatura fundamentalmente, dejaban fuera al autor del continuo estudio que los críticos hacían de las personas que escribían.

Evidentemente el formalismo ruso era excesivo con esta teoría. Es necesario aislar la obra, sí, pero no puede desligarse completamente del autor y de algunos sucesos de su vida. Lo vivido marca en ocasiones lo escrito y sobre todo marca a la persona que realiza la obra, modifica su vida.

Vida y escritura tienen una relación que en muchos casos es evidente, sin que por ello haya que hacer una biografía de cada autor en los análisis de la obra y relacionar cada suceso de su vida con su obra.

Otra cosa muy distinta es el prejuicio. La obra de muchos grandes escritores ha sido ninguneada u olvidada por las acciones que esos individuos realizaron durante su vida. Muchos desprecian un libro por el nombre que lo firma, sin juzgar la obra, juzgan al autor y por eso renuncian a leerla sosteniendo de antemano que no hay nada bueno en ella si la firma quien la firma.

Muchos escritores españoles de posguerra han sido estigmatizados por este hecho. Desde Torrente Ballester a Leopoldo Panero. Muchos escritores del sur de Estados Unidos, hijos de su tiempo, lo han sido por sus opiniones sobre el racismo. La obra de Celine ha sido rejuzgada y ninguneada, así como su aniversario, por sus opiniones políticas y no por su trabajo literario.

Los formalistas rusos tenían razón en algo: la valía de una obra no depende del nombre del autor ni de la vida de este. Para el estudio de la misma sí será necesario conocer a quien la escribió, pero no es lícito juzgarla sin leerla, juzgarla por los hechos extraliterarios de quien la firma.


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