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jueves, septiembre 18, 2014

LA RESIDENCIA DE AUGUSTO, EL PRIMER EMPERADOR DE ROMA


El primer emperador romano nunca fue llamado emperador y siempre huyó de ese título. Augusto, título que le gustaba mucho más a Octavio y con el que se lo conoce, estableció un régimen ficticio de senadores, aunque todo el poder lo ostentaba él mismo. La personalización del poder en un hombre era algo que los romanos temían desde siempre. Habían conocido las historias de las ciudades griegas y todo el oriente, y temían que les sucediera lo mismo.

Por eso el sistema republicano, que funcionó muy bien cuando estuvo libre de hambrientos de poder, tenía dos cónsules con iguales poderes. Pero la familia Julia, con César al mando y Octavio como heredero, acabó con ese sistema. Muchas fueron las luchas por volver a la república, al antiguo sistema (luchas que costaron la cabeza, literalmente, a Cicierón, a Catón o a Lucano), pero el Imperio se abrió camino y mantuvo a Roma como el gran Imperio no sólo de Occidente, sino de todo el mundo.

La personalidad de Augusto, cantada por Virgilio y por Horacio, hace intuir en él una gran inteligencia, pero sobre todo destaca por el ansia de renovar Roma. Como él mismo dijo, se encontró una ciudad hecha de ladrillo y la dejó hecha de mármol. Como parte de la propaganda de su mandato, Augusto mandó construir grandes templos e inició una renovación urbanística de la Roma republicana.

Entre esas nuevas construcciones se encuentra la residencia del propio emperador en el Palatino (una de las siete colinas famosas de la ciudad). Una vivienda majestuosa (aunque lejos del lujo y la suntuosidad que después daría a su palacio Nerón) que ahora y después de mucha inversión y mucho trabajo puede visitarse en la ciudad eterna.

Bilbiotecas, murales, frescos, zonas públicas grandiosas y privadas austeras, todo puede verse (en la medida que se ha conservado y reconstruido) en el segundo milenio del nacimiento del primer emperador que nunca lo fue y que nos enseña ahora su vivienda, para que sepamos y comprendamos cómo ese pequeño poblado en las orillas del Tíber se convirtió en la cuna de nuestra civilazión.



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