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jueves, marzo 04, 2010

TARJETA DE CRÉDITO

Aquella mujer de la barra no estaba triste. No estaba asustada. No. Era una mujer dura. Decidida. Atractiva. Era una mujer fuerte y segura. Una mujer que sabía lo que hacía, lo que decía, lo que quería.

Así que no entendía por qué hablaba conmigo. Por qué se empeñaba en hablar conmigo, en tocarme el brazo y en seguirme la corriente y hacerse más atractiva y en quererme hacer ver que yo era atractivo.

Se reía con mis chistes. Me contaba los suyos. Una delicia. Estaba pasando una noche deliciosa. Fumaba con una clase y un ritmo que era inigualables en cualquier otra actividad.

Así que cuando me dijo, por qué no vamos a tu casa, estuve a un pelo de caerme de la silla. Pero me caí. La miré de arriba a abajo. Me volví a mirar a mi alrededor por si pasaba algo raro. La volví a mirar. Me caí de la silla de verdad, aunque disimulé silbando y haciendo que no, que me había bajado raro. Y le dije, claro, vamos a mi casa.

Lo que sigue no se cuenta.

Lo de después es tan triste como evidente. Me pidió dinero. Aquella mujer tenía entre los pechos, sus turgentes y maravillosos y olorosos y divinos y sabrosos pechos, una ranura para tarjetas de crédito. Así que le di mi DNI y me cobró.

La vida es una broma. No pude ni hacer un blues.


Introduzca su tarjeta, gracias

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