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lunes, marzo 22, 2010

PERDIENDO

El bar era más o menos el de siempre. Pequeño, más o menos sucio, como todos después de mucho rato, vacío en ese momento que era lo necesario para lo que hacíamos. ¿Qué hacíamos? Jugar. Se puede jugar a muchas cosas en el bar. De hecho se puede jugar a casi todo. Hasta al poker. Pero no era el caso.

Nosotros éramos gente más modesta. Así que solamente jugábamos a lo que estaba disponible. Los dardos. Es un juego raro. Porque yo por más que miro a un sitio, apunto a ese sitio, siempre doy en otro. Tengo suerte y muchas veces doy en otro sitio que también vale. Pero no doy al que apunto. En fin.

Como yo estoy acostumbrado a mí perder no me importa. Saben ustedes que soy un poco escéptico y tal. Que todo acaba dándome más o menos lo mismo. Además soy un poco de un equipo que siempre pierde. O que pierde demasiado. Total que a mí perder ni fu ni fa.

Normalmente. Hay días, sin embargo, que se quiere ganar. Y ese era el día. Aquella mujer. Bueno aquella mujer era de las del otro lado. De las que no quiere perder nunca. Pero encima perdía siempre. ¿Cómico? Efectivamente. Así que concentré todo mi esfuerzo en ganarla. Hice un veinte, otro, otro, un centro, quinces, diecinueves, dieciochos, bueno, todo lo necesario. La partida de mi vida. Pero ella, ella, leche, que me ganó. Que se hizo un montón de puntos.

Claro que jugábamos en parejas y Felipe la dio una buena paliza. A ella y a mí. Y a su compañero. Así que ganamos. Y por una vez, me sentí bien. Era un ganador. Así que me pagué un par de rondas. Me dejé un pastón. Pero un día es un día. Y la cara de la derrotada (que no es eso que me pasa, que lo peor no es perder sino la cara de tonto que se te queda) era todo un poema de rabia y dolor. Pero no se crean. No me alegré del mal ajeno. Bueno, un poco sí.


Diana, no cazadora, de las buenas

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