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domingo, noviembre 15, 2009

CENA

Las lámparas producen una luz fabulosa. Son altas, metálicas, con brazos cargados de bombillas. Pero esas bombillas no envían una luz naranja, ni amarilla, ni blanca. Envían una luz de una tonalidad extraña que le da a todo un toque maravilloso. Una mirada nueva. A esta luz todo parece mucho mejor, más bello.
Hay una lámpara encima de cada una de las mesas. El local tiene pues esa luz ambiental que lo hace diferente. Hay nueve mesas. Es un local pequeño. Cuatro camareros atienden que todo esté como debe estar. Van y vienen hacendosos, rellenando vasos, ofreciendo, asegurándose, sin molestar, de que todo está como debe estar.
Luis y Laura están sentados en un rincón. Su mesa es, como todas, íntima. Pero parece más íntima que las demás apartada en ese rincón. Luis es conocido en el local. Ha explicado que es el abogado del dueño y que más de una noche ha cenado con él allí. De hecho ha preguntado por él y le han dicho que les ha advertido a todos de la visita de Luis.
Laura está un poco impresionada. Por la luz. El servicio. La sonrisa de Luis. La comida distinta de la que Rubén hace. El ambiente recogido, íntimo. Se alegra de haberse quitado la alianza antes de salir de casa. Así nadie podrá decir nada.
Laura está convencida de no querer a Rubén. Y lo está porque Luis está allí delante y todo lo que hace, lo que dice y hasta lo que no dice la está provocando. Siente deseos de besarle. Por primera vez. De apretarse contra él. Siente deseo. El deseo que no siente ya por Rubén. Para ella ese es el indicativo de que es Luis y no Rubén el hombre.
El deseo sólo le aparece, normalmente, sabe de excepciones pero también sabe que es un tipo distinto de deseo, ese deseo que te come, que te tira, pero que puedes aguantar y no pasa nada porque no lo piensas, porque tiene algo de inconcreto, cuando siente algo más. Cuando hay amor. Así se lo ha dicho a sí misma. Amor. Por Luis.
No ha sentido ningún miedo al decirlo. Sino un estremecimiento placentero.


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