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miércoles, junio 10, 2009

PIROPOS

Durante un tiempo trabajé como albañil. Es un oficio genial. Y agotador. Tienen mucho mérito. A mí me gustaban mucho dos cosas: una hacer el cemento a base de remover y remover la mezcla. Me encantaba. También me encantaba lo de los piropos.
Si me hice albañil fue para poder gritar piropos porque así parecía lo suyo, lo que tenía que hacer, y nadie me miraba mal ni me escandalizaba. A mis compañeros les gustaban mucho los piropos amables: Guapa, este piso que construyo es para ti; guapa, si te casas conmigo serás la viuda más guapa de España porque me matarás de alegría. Y cosas así.
Sin embargo, mi carácter me impedía hacer ese tipo de cosas, y mi experiencia con las mujeres me impelía a decir otro tipo de cosas, que a lo postre funcionaban mucho mejor que los de mis compañeros. El que siempre gritaba, y no vean lo bien que funcionaba, era: Tú por ahí con esos labios y yo matándome a pajas.
Al final tuve que dejarlo. Me amaban demasiadas mujeres. Y además ya no había casas que construir. Total que me despidieron.

Desde el andamio me gustaba a mí

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