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domingo, mayo 03, 2009

MUSA

Cuando recibió aquella carta no se lo podía creer. Le legaban todas aquellas cosas. No entendía nada en absoluto, ¿quién era aquel muerto? ¿por qué le dejaba cosas a ella? ¿de qué le conocía? ¿le conocía?
El gran poeta de los últimos diez años, tres libros fundamentales que habían renovado el género, que habían relanzado, por fin, al género, murió un domingo por la tarde. Era verano y el día era agotadoramente largo. No había nada que hacer. Todos estaban aburridos.
Su muerte fue una noticia corta en la sección de cultura de los periódicos. Ella había leído la noticia pero le había interesado mucho más el largo artículo que iba a su lado sobre la obra del poeta. En él se explicaba como había construido su obra a partir del sentimiento amoroso. Pero había una curiosidad, algo que hacía este hecho noticiable, la mujer a la que había dedicado todos esos versos se mantenía en el anonimato.
No era Isabel Freire, ni Leonor, ni Guiomar, no era Rosa. Nadie sabía su nombre. Quién era. Cómo había despertado ese impresionante torrente amoroso y literario que había despertado. Entre los especialistas había una gran curiosidad. Uno de ellos llegó a seguir al poeta durante días para ver quién era. Pero nunca nadie lo supo. Él dijo, el día que muera se sabrá, ella lo sabrá.
Aquella mujer no lo entendía, ¿de qué la conocía? ¿cómo era posible que ella hubiera inspirado todo aquello sin pretenderlo? Fue al espejo y se miró. Sentía curiosidad por compararse con la mujer de los poemas. Había coincidencias. Los colores. Las texturas. Las ropas. Pero aquella mujer era mucho más bella.
Y además estaba la idea que subyacía. Cómo había ese hombre escrito aquello sin conocerla apenas. Cuánto tiempo habría estado observándola de lejos, sólo mirándola sin más. No recordaba haber hablado con él, aunque tal vez lo hubiera hecho.
Se sentía importante, grande, hermosa. Había conseguido ser el gran amor de un gran poeta. Sentía pena por no haberle conocido antes. Durmió y soñó que él le recitaba todo aquello en persona, que le decía palabras aún mejores, palabras que él todavía pensaba.

Musa

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