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sábado, mayo 16, 2009

HAY ERRORES QUE TE CONDENAN PARA SIEMPRE

Como hombre que era estaba acostumbrado a meter la pata, a cagarla. Era bastante metepatas. Por bocazas. O por lo contrario. Por torpeza. Física. Era un hombre antiguo y no había trabajado la psicomotricidad. Se le caían las cosas. Tropezaba.
Así que le acompañaba una doble torpeza. La física y la mental. La social y la material. Como tal se caía y se levantaba. Se equivocaba y pedía perdón. Pero a medida que se iba equivocando, que iba errando, con la gente, destrozando su posición, reconstruyéndola, partiéndose una pierna curándola, se iba dando cuenta de que hay errores que no tienen solución.
Había errores que no podía solucionar, que no podía enmendar. Equivocaciones que no se solucionan con una petición de perdón, con mitigar los efectos de ese error. Cuando se partió el tobillo este se restañó. Pero siempre sentía los cambios de tiempo. Y un dolor leve y sordo que no dejaba de acompañarle.
Cuando, por errores, perdió a sus amigos, cosas importantes, mujeres, vio que esos errores le condenarían para siempre. Que no podría enmendarlos. Que no tenían remedio. Que no podía hacer nada para solucionar la situación que había creado.
Y sabía que la única opción era aceptar la vida tal y como viene. Sin más. E intentar no volver a cometer ese error que le condenó para siempre, ese error inmitigable, ese error que no tenía solución y que no la tendría nunca.
Pero, como era un hombre, y un hombre acostumbrado al error (al error como fuente de aprendizaje, a cometer por lo tanto errores y asumirlos como algo propio de su personalidad y de la vida, al error como fuente de conocimiento propio) se seguía equivocando, destrozando su vida y su cuerpo cada poco. Arreglándola sólo de vez en cuando.

Tropezón, error

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