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domingo, mayo 17, 2009

ESCUCHAR

Ella le hacía muchas preguntas que él, realmente, no por pose, no por hacerse el interesante, no podía o no sabía responder. ¿Qué es lo que te gusta? No consideraba que las cosas que le gustaban fueran excepcionales o dignas de mención. Sus cosas eran sus cosas, sin más, lo que hacía. No tenía una afición extremada por nada. No podía definirse por nada.
Respondía que no a todas sus preguntas. ¿Haces esto? No. ¿Y esto? No. A mí me gusta esto mucho. A mí no. No te gusta nada. Me gustan cosas, sí. ¿Qué? Y él levantaba los hombros y no contaba nada, no decía nada, hasta que al fin descubrió una cosa que sí le gustaba. Escuchar. Eso me gusta mucho.
¿Cómo? Sí, escuchar, eso me gusta. Formar parte de una conversación, sobre todo como oyente. Creo que es porque se parece mucho a leer, porque soy un receptor de una historia que alguien cuenta. De la misma manera. Porque incluso hay el mismo nivel de artificiosidad y de mentira en una que otra comunicación.
Ella no terminaba de entenderle bien, pero parecía que al fin podían hablar, de algo. Entonces. Cuéntame tu historia. Por qué estás aquí. Cómo has llegado aquí. Lo que tú quieras. En el orden que quieras. Yo te escucho. Ella no le contó nada. Se fue. Sabía que si contaba, si decía su historia, si se la decía a él, volvería a ser débil, vulnerable.
Volverían a conocerla, a saber qué era, qué le pasaba, qué hacía, qué haría. Volvería alguien a entrar en su vida, ella le dejaría pasar y al final volvería de nuevo a cogerlo todo, a tocarlo todo, a llevarse lo que pudiera, a moverlo y fastidiarlo y joderlo todo.
Por eso se fue y no volvió a intentar hablar con él. No estaba dispuesta a correr ningún riesgo.


Escuchando, tus labios cerca del lóbulo de mi oreja

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